domingo, 6 de marzo de 2011

El cielo y la tierra se rinden a nuestros pies

Resucita mi alma, sedienta del aliento que cada noche me das a beber.
Presiento lo que mis palabras te dirán, y es que de mi boca sale un "te amo" y nunca nada más.
Pero, amor, no es mi culpa. Es solo que en la estrechez del diccionario no puedo encontrar lo que siento por ti... El cielo se queda pequeño.
La inmensidad de la noche. 
La luna, plateada y asustada, por el miedo a que podamos superar su romance con el sol. 
Las estrellas, doradas y alborotadas, presumidas divas que no alcanzan a entender lo que nosotros, insignificantes humanos, podemos llegar a albergar en la profundidad -mas profunda que la inmensidad del profundo firmamento que rodea nuestro universo- de nuestras almas.
El cielo nos envidia. 
Y la tierra no se queda atrás.
Las flores tiemblan al verse tu sonrisa iluminar. Chismorrean, hablan y, envidiosas, miran con indiferencia la luz que riega nuestro amor.

No hay nada más, que tu y yo.

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