Y en ese mísero instante el tiempo murió, él mismo se tendió su propia trampa. Se tropezó con su propias manillas y murió totalmente solitario, rodeado del frío del bosque invernal.
Su plateada carcasa dejaba ver, entre las hojas otoñales, su dureza y frialdad. En las doradas lluvias primaverales una jaula acuática ahogaba al reloj, su tiempo se hacía eterno. Su esfera de cuarzo y sus manillas de oro blanco, rotas y cristalinas, se movían con la delicada brisa que el viento ofrecía. Ni siquiera el calor veraniego había logrado secar las lágrimas que el reloj derramaba a diario, rogando a Cronos que detuviera el tiempo y a la vez su cruel tortura.
~Please, break me~
diosss...cómo escribes, amiga!!!que poder de reflexión!!encontré tu blog por casualidad!!te sigo que e encanta!!te espero por el mío:
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